Escrito por: Un_inspirado
Casi al final de la relación, si es que relación se podía llamar, habíamos caído en un campo por ver quién tenía la última palabra, ella por su parte siempre quería ganar cada discusión, yo en lo mío, no le daba la razón, su actitud hostil aumentaba, reconozco que yo en ocasiones era indiferente, cada vez éramos más agresivos.
Sabíamos que estábamos descendiendo en ese abismo toxico de donde no se vuelve, pero algo había que seguía viva la atracción, un deseo inevitable, la misma pasión con la que nos agredíamos, era la que nos hacía buscarnos, con la excusa de tratar de arreglar algo que ya no tenía sentido, intentarlo no valía la pena, pero en el fondo sabíamos que siempre terminaríamos en la cama y quizá eso era lo que queríamos.
Su ternura se fusionaba con ése carácter de mujer controladora y un aire de víctima cuando perdía la pelea, que no se cómo hacia utilizar esos elementos, para domar mi arrogancia al punto de hacerme tragar la rabia, para luego desbordarla en besos y caricias, con los que me provocaba matarla, pero esa ternura volvía y me hacía poseerla de la única forma en que un hombre puede poseer a una mujer.
Su cara, redonda y agraciada, su cabello rubio a los hombros(muy espectacular por cierto), le combinaba con el rojo manzana de esos labios que me invitaban a una tregua y para hacerla más irresistible unos ojos de miel que eran miel por su color, pero fuego porque miraban así como el fuego que te quema por jugar con el, tenía la ternura en cada gesto y el dominio de mi ser en cada caricia.
Yo sediento de su boca no podía escapar del laberinto en el que estaba, ya en esa despedida, estábamos conscientes de que no podíamos irnos, con un simple adiós, por eso esa noche no salí de la habitación intempestivamente como lo hacía en otras ocasiones, sabía que era nuestra última vez, ella lo sabía también, algo nos lo advertía, por eso me obligué a voltear para ver sus ojos miel por última vez, y cuando lo hice su mirada me hizo devolver cómo si un imán me hubiese llevado hacía atrás con su atracción
No nos resistimos, nos lanzamos uno contra el otro, como si fuese la coreografía de alguna película la tomé por la cintura y con toda mi fuerza la levante, ella se aferro de mi cuello con sus manos y sus piernas alrededor de mi cadera, mientras mi cara buscaba oxigeno en su pecho, era como que los cuerpos sabían que esté sería el verdadero final.
Sin saber cómo, terminamos en la cama, arrancábamos nuestras ropas como si estás nos quemaran, nuestras bocas casi no perdían contacto, su perfume aumentaba mis ansias, ella con el pecho descubierto me obligaba besarle los senos, mi instinto salvaje me hacía subir hacia su cuello, para marcarlo como mío con la humedad de mis besos.
Ella sabía cómo hacerme sentir en el cielo, aun cuando estábamos en el infierno.
Toda su feminidad se desbordaba encima de mí, en besos y caricias que no podía resistir, mi piel se erizaba, mi respiración se agitaba, mis manos respondían con caricias agresivas, mis dientes mordían con suavidad sus pezones, mis uñas marcaban sus nalgas, su boca mordía la mía como queriendo arrancarla.
Ya desnudos en la cama los cuerpos sudaban y danzaban al ritmo propio de la lujuria que nos poseía, poco a poco me hacía recorrer el camino que lleva a lo más sensible de su anatomía, yo complacido de complacerla olvide la guerra y me deje llevar y ahí quise embriagar a mis sentidos, con ése néctar divino, que sale en el medio de sus piernas, lamí, subsiste, acaricie, suavemente mordí, de arriba abajo, de un lado a otra, por delante, mucho más por detrás, sin asco, sin pena, sin vergüenza, sin piedad, sus gritos me hacían sentir inspirado, empecé poniendo mi cara entre sus piernas, y terminamos con ella sentada en mi cara, haciendo lo suyo con mí pené en su boca, tragándolo, devorándolo, apretándolo, bañándolo de saliva, yo seguía haciendo con mi lengua y dedos que su sexo destilara más y cada vez más, de ese elipsir divino.
Volvimos a la posición básica de los amantes y estando sobre ella, y sin saber como, estaba dentro de ella, y de la nada surgió un huracán, que sacudía sus caderas con salvajismo infinito, sentía la necesidad de aquietar su ímpetu, pero en el intento se agitaba más, y mas me gustaba.
Nuestras bocas eran una, no hay descripción para las sensaciones que sentíamos, salí de su cuerpo y la tomé por detrás, con nuestros pies en el suelo, enrollando su cabello en mi mano izquierda, mientras mi derecha apretaba uno de sus senos, mientras volvía a entrar en su ser, mordiendo su hombro, con un vaivén violento de mi parte, cual si fuera un demonio, mi lengua desgastándose entre sus oídos y su cuello, con sus susurros y gemidos pedía más y más duro le daba, no sé de tiempo ni de cuántos orgasmos tuvo, pero si sé de qué era lo más divino que juntos habíamos vivido.
Suspiros, rasguños, mordiscos, caricias, marcás que no sabía cuánto tiempo durarían en la piel, fabricaba mis el último recuerdo de una pasión rota.
Hacíamos el amor, no lo sé, teníamos sexo, tampoco lo sé, pero sí sé que fue cómo nunca habíamos tenido intimidad, en la mañana, éramos solo 2 EX que se dieron todo lo que les quedaba en una sola noche.
Fin.